Miro esta sombra, único espejo que me permite conocer mi forma cambiante y rara y entonces solitaria. No fue castigo de un dios esta condena ni la siniestra idea de una infinita cárcel siempre abierta de imposible salida en su perversa venganza entre la piedra. Tal vez los hombres olvidarán quien fui pero jamás olvidarán el laberinto y soñarán con su forma arrevesada y volverán a construirlo como un juego por el secreto temblor que da el pensarlo y el miedo atroz, mayor que al mino tauro.
Yo, el condenado, encerrado por un castigo que nunca debió ser para mi, miro pasar el tiempo desde esta perversa cárcel que me esconde.
¿Quién tejió las redes de esta historia? ¿Quién dispuso a los hados en mi contra?¿Quién armó esta maraña brutalmente entretejida?
¿Poseidón, para vengarse del rey Minos que se negó a sacrificarle un toro y que instaló en la reina Pasifae una pasión irrefrenable por el hermoso animal?
¿Fue el ingenio de Dédalo que armó una vaca tan perfecta donde pudo entrar la reina para incitar al toro y cumplir su deseo?
Dédalo también construyó el laberinto que me encierra. Que trata de encerrarme.
Fruto del desaforado amor de Pasifae yo soy la víctima, yo recibo el castigo, yo, el inocente, el único que pagará por las culpas.
Las voces temblorosas de las vírgenes que me envían cada año completaron la historia, una historia que no podía comprender. Lentamente estaba sumando piezas de un rompecabezas que se negaba a ser armado, adivinando lo que nadie sabe, que se esconde detrás de las palabras.
Aprendí a pensar, secreto que en la cárcel se aprende de una manera diferente. Aprendí a sentir, secreto que en la soledad se expande. Aprendí a llorar, pero nadie me vio y nadie verá una gota de llanto brotando de mi cuerpo.
Aprendí a maldecir y a desear la venganza. Y vi crecer el odio como una sombra que volvía más oscura esta prisión.
Conocí el dolor y la desesperación, tan áspera me rozó la injusticia. Vivo escuchando el silencio, las inagotables voces del silencio.
El misterioso lenguaje con el que me hablo a mi mismo a veces, para llenar de sonidos tanta soledad, me llevo a conocer mi destino.
Aprendí que puedo escapar. Es tan pequeña la inteligencia de los hombres que no es suficiente para encerrar al minotauro. ¿Pero porque debería escapar? Los monstruos no son amigos de los hombres. Tal vez de los dioses, pero desconfío de los dioses. Los hombres imitan la justicia de los dioses y no son dignos de confianza, así que desconfío de los dioses.
Palabra por palabra, gesto por gesto, armé mi historia. La aprendí, o la imaginé tal vez, dos caras en la misma moneda. Se también lo que vendrá después. Será la hora del héroe, quien vendrá a matarme.
Lo espero. Vendrá con una espada. Casi puedo decir que oigo sus pasos, lo espero.
Vendrá con una espada, temblando de temor y furia y ambición, porque el temor y la furia y la ambición es lo que alimenta los sueños de los héroes.
El será mi libertad, y estará convencido de que pudo derrotarme. Pobre hombre, pequeño héroe. Yo te espero, para que me des la única libertad en la que creo.
Yo, el condenado, encerrado por un castigo que nunca debió ser para mi, miro pasar el tiempo desde esta perversa cárcel que me esconde.
¿Quién tejió las redes de esta historia? ¿Quién dispuso a los hados en mi contra?¿Quién armó esta maraña brutalmente entretejida?
¿Poseidón, para vengarse del rey Minos que se negó a sacrificarle un toro y que instaló en la reina Pasifae una pasión irrefrenable por el hermoso animal?
¿Fue el ingenio de Dédalo que armó una vaca tan perfecta donde pudo entrar la reina para incitar al toro y cumplir su deseo?
Dédalo también construyó el laberinto que me encierra. Que trata de encerrarme.
Fruto del desaforado amor de Pasifae yo soy la víctima, yo recibo el castigo, yo, el inocente, el único que pagará por las culpas.
Las voces temblorosas de las vírgenes que me envían cada año completaron la historia, una historia que no podía comprender. Lentamente estaba sumando piezas de un rompecabezas que se negaba a ser armado, adivinando lo que nadie sabe, que se esconde detrás de las palabras.
Aprendí a pensar, secreto que en la cárcel se aprende de una manera diferente. Aprendí a sentir, secreto que en la soledad se expande. Aprendí a llorar, pero nadie me vio y nadie verá una gota de llanto brotando de mi cuerpo.
Aprendí a maldecir y a desear la venganza. Y vi crecer el odio como una sombra que volvía más oscura esta prisión.
Conocí el dolor y la desesperación, tan áspera me rozó la injusticia. Vivo escuchando el silencio, las inagotables voces del silencio.
El misterioso lenguaje con el que me hablo a mi mismo a veces, para llenar de sonidos tanta soledad, me llevo a conocer mi destino.
Aprendí que puedo escapar. Es tan pequeña la inteligencia de los hombres que no es suficiente para encerrar al minotauro. ¿Pero porque debería escapar? Los monstruos no son amigos de los hombres. Tal vez de los dioses, pero desconfío de los dioses. Los hombres imitan la justicia de los dioses y no son dignos de confianza, así que desconfío de los dioses.
Palabra por palabra, gesto por gesto, armé mi historia. La aprendí, o la imaginé tal vez, dos caras en la misma moneda. Se también lo que vendrá después. Será la hora del héroe, quien vendrá a matarme.
Lo espero. Vendrá con una espada. Casi puedo decir que oigo sus pasos, lo espero.
Vendrá con una espada, temblando de temor y furia y ambición, porque el temor y la furia y la ambición es lo que alimenta los sueños de los héroes.
El será mi libertad, y estará convencido de que pudo derrotarme. Pobre hombre, pequeño héroe. Yo te espero, para que me des la única libertad en la que creo.