Me refugié en la locura, ya que no tenía un solo amigo en el mundo ahora. Y conocí monstruos con traje de humanos. Gente como yo, perdida por la violencia que les enseñó la sociedad, que luego los llevó a las drogas y la delincuencia. No podía contarles mi historia porque no la sabía. De modo que solo vagábamos buscando qué comer y sobreviviendo sin hablar mucho de ello.
Un día iba caminando por San Telmo (yo vivía en Parque Patricios, al sur de Buenos Aires), de seguro era un sábado porque había muchas chicas en pollera y tacos, con sus pelos planchados y sus caras revocadas como una pared. Entonces la vi. Saliendo de un boliche en la calle Alsina. La vi abrazada a un punkie de pelos rojos. Salieron del lugar, ella con una botella de vino en la mano, coreando la canción de alguna banda que ya no recuerdo. No entendí bien que pasaba, ni por qué me hervía el pecho al ver a esa chica ebria. No entendí por qué se me aceleró el corazón y me puse pálido. Sé que estaba ciego de alcohol y tenía sueño, pero algo en ella me revolvió las tripas, pero se sentía bien. Los seguí.
Los seguí, y había mucha luz en las calles. Pero ellos seguían dándose amor en cada esquina. De repente esto ya no me gustaba nada. Agarré la primera botella que encontré tirada, que era de vidrio, y la tiré cerca de ellos, con toda mi fuerza. El estruendo y los vidrios que volaron los volvieron locos y se dieron vuelta a mirarme.
El chico prepotente y muy estúpido (para acercarse a un demente de la calle que estaba zarpado en alcohol, debía serlo) vino hacia mí y me empujó, al mismo tiempo que me gritaba y me preguntaba qué carajo me pasaba. Me invitaba a pelear y me caí, quedando sentado en la calle.
Isabel se asomó a mirar, (porque estaba asustada y se había escondido en la puerta de una casa) y me reconoció.
Corrió hacia el punkie a detenerlo mientras me golpeaba brutalmente.
Discutieron y ella le dijo que me iba a hablar. Me tomó de la mano, y a pesar de que hacía mucho frío esa noche, su mano estaba tibia.
La miré y me quedé tieso. Tenía los labios violetas de vino, y agrietados por el frio, pero aún así era bellísima.
Me levantó del suelo y me dijo que fuéramos a sentarnos en la vereda. El punkie se prendió un cigarrillo y empezó a caminar hacia la esquina.
Ella le gritó para que no se fuera, o al menos que volviera después. Él no le hizo caso y siguió caminando y refunfuñando.
Nos sentamos y me preguntó que hacía por aquellos lados, y le dije que estaba borracho y con ganas de caminar.
Me preguntó si no la recordaba. Obviamente le dije que no. Yo estaba hecho una piltrafa humana, y ella tenía el pelo tan suave y aunque olía un poco a humo, todavía tenía ese aroma a la crema de enjuague que usaba. Me sonrió y casi me meo de la emoción, cuando me dijo su nombre y empezó a contarme todo lo que me había pasado, lo que nos había pasado.
Yo había tenido un accidente con mi moto hacía varios meses, y perdí la memoria. Al no recordar a nadie cuando fueron a visitarme al hospital, me puse muy nervioso, y golpeé enfermeros, familiares, incluso estuve a punto de lastimarla a ella, que había sido mi pareja durante ese año. No recordaba mucho, hasta que me dio un beso en la boca, a pesar de mi pinta asquerosa, y me abrazó cuan fuerte pudo y vi cómo se le volvieron de vidrio los ojos.
Entonces comprendí que nuestra relación no era la misma, claramente no.
Luego del hospital volví a casa de mis padres, que me cuidaron cuanto pudieron, a pesar de mi agresividad. Me puse violento con todo el mundo. Quisieron internarme en un psiquiátrico porque no recordaba sus caras. Huí de mi casa y de toda la gente que frecuentaba.
Me di aún más a la bebida y a los vicios (aún más que antes, ella me amaba así) y me sumí en un mundo de delincuencia y cosas horrendas que no podría contarle.
Me dijo que estaba viviendo sola, y que a ese chico lo había conocido hace un par de semanas. Que se llevaban bien y le gustaba. Que ella estuvo mucho tiempo sin salir con nadie, sin dejar de embriagarse. Que también había perdido su trabajo poco antes de conocer a este chico. Que si no fuera por él, no podría pagar el alquiler.
Nos miramos profundamente y recordé como se quedaba despierta toda la noche porque su ansiedad no la dejaba dormir. Recordé como me abrazaba cuando tenía miedo, y escondía la cabeza en mi pecho como si fuera una niña.
No supe si dejarla ir o pedirle un trago de vino.
-"Tengo sed"
-"Tengo vino, ¿querés?"
-"Ahora recuerdo que siempre me emborrachaba con vos en el parque que está cerca de casa, mientras veíamos a los pibes jugar al fútbol a la tarde. Y a la noche sentados en un banquito chamuyábamos con los locos que hacían malabares. Te reías tanto…"
-"Si, me reía bastante", dijo ella con un esbozo de sonrisa.
Se estaba aclarando el cielo y me dije a mi mismo que algo tenía que hacer para que se quedara conmigo. Me acerqué un poco más y la abrazé. Ya no sonreía tanto como cuando era mi compañera. Y era entendible. Yo ya no era el mismo tipo que alguna vez la trató bien y la enamoró. Era un monstruo asqueroso y mugriento, buscando un poco de calor (admito que en ese momento quizá me hubiera dado lo mismo estar con ella o con cualquier otra), y se dio cuenta de eso, y se quitó mis brazos de encima.
-“¿Sabes qué? Me están esperando.”
-“Bueno, yo también te estuve esperando mucho tiempo.”
-“¿De qué espera me hablás? Si la que pasó noches en vela y llorando como idiota fui yo (comenzó a enojarse). Pensé que no me ibas a volver a reconocer. Pensé que no ibas a volver.”
-“Perdonáme, es todo lo que tengo para ofrecerte, mis disculpas. Eso y mi amor. Es todo lo que tengo, mi fuerza de amor.”
Me miró callada durante un rato, y luego cedió.
-“Vos siempre queriendo revolucionar mi mundo…” me dijo sonriendo, y me acarició la mejilla.
En ese momento me sentí salvado. Supongo que lo hizo porque nuestro amor fue una locura.
El punkie que estaba con ella nunca volvió, su alquiler no lo pagó más. Nos las arreglamos como pudimos para estar juntos. No teníamos nada, salvo el uno al otro, y las ganas de vivir, a pesar de todo.
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